Manolo Burillo

Manolo Burillo, toda una vida de pasión por las dos ruedas

Por Manolo Burillo

Quiero empezar mis colaboraciones agradeciendo a Daniel Laborde su atención y confianza hacia mi persona. Como sabréis y lo iréis comprobando con los días, mi afición a las dos ruedas, también a las cuatro, pero estas últimas fueron desapareciendo en el tiempo, me llevó a la competición, al principio aficionada y después hasta las cotas más altas en el Campeonato del Mundo de motociclismo. Espero en próximas colaboraciones poderos dar gotas del pasado, pero también del presente.

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Recuerdo los primeros días de carreras en Montjuic que me atraía desde mi casa a media hora caminando mientras aspiraba aquel olorcito del aceite en plena combustión, ricino, me dijeron. Era adolescente y me dediqué a machacar a mis padres, (los Reyes Magos) para que me compraran una moto que pudiera conducir en aquellas tempranas edades.

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Mi apellido y ascendencia aragonesa me ayudaron en ello, ya sabréis que nos llaman tozudos y a fuer que lo soy. Por fin un día inolvidable para mi en una pequeña casa que luego fue creciendo y me acoge ahora, los Reyes tuvieron el magnifico detalle para mi persona de dejarme en el patio una preciosa e inolvidable Ducati 49 cc Sport. Claro que yo les había dejado unas copas de fino y turrón y alguna alfalfa para los, pretendía yo, cansados camellos. Ya conocía el secreto de los Magos, pero yo me hacia el ignorante. Mi primer paseo en esa inolvidable maravilla acabó en tragedia ya que me acerqué al pueblo cercano para impresionar a la peña, que creo que se llama ahora. Al remontar de nuevo hacia mi casa el motillo fallaba algo y no se me ocurrió nada más que abrir el estárter, pero como estaba debajo de las rodillas el movimiento me desestabilizó y acabe tumbado en el suelo después de impactar con un arbolillo. Bueno mi padre como es lógico se cabreó y asustó y mi flamante Ducati permaneció algunas semanas parada porque se negaba a hacer frente a la reparación.

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La verdad es que nunca he sido buen piloto, al contrario de mis prestaciones en las cuatro ruedas que se me dieron bien. Me dedique al enduro porque incluso en motocross no se me daba bien. Llegué a ser un piloto aceptable dentro de la clásica categoría amateur, mientras miraba con envidia a los grandes de la época, Mendívil, Capapey, Gris, Bultó. Y los endureros Narcís Casas y Bubu Casanovas.

He relatado los principios y después ya tonteando con el motociclismo de competición como mánager, me enamoré.

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Caminando por la acera de mi calle me sentí atraído por una figura negra que dormitaba tras los cristales de la una mítica tienda de motos y accesorios barcelonesa (Corver). Me acerqué y pude comprobar que sus dimensiones y colores me habían atraído fatalmente, era la Laverda 1.200 30Th negra y oro. Un modelo de corta tirada para celebrar esos treinta años de vida de la fábrica italiana. Su coste se escapaba de mis posibilidades en ese momento y me fui a ver al dueño del mayor concesionario de Yamaha de España en esos tiempos que era conocido por nuestras incipientes relaciones desde Siroko desde mi parte y JJ desde la suya. Si, Jacinto Moriana, dep. Me dijo que adelante y me la financió.

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Con esa moto empecé a hacer salidas con amigos que tenían motos grandes y me pude dar cuenta de que eso, a pesar de gustarme una barbaridad la aventura, el viento, la soledad, los paisajes, no estaba entre mis habilidades. Me refiero a ir deprisa. Me decían, “ponte detrás y haz lo que yo haga” pero yo ya me daba cuenta y sabía que era incapaz de tumbar esos bichos a la velocidad que iban. Total, que me esperaban de bar en bar. Por fin deje de pasear en ese trasto incluso después de ponerle un novedoso embrague hidráulico que me permitía no romperme las falanges después de un largo trecho de curvas. Sito Pons empezó a pedírmela para trasegar con su novia, hoy madre de sus hijos y me la devolvía de pascuas a ramos para llevarla al mecánico.

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Y un fin de semana se acabó mi divertimiento en moto grande. Me dirigía desde Barcelona hacia Estartit, en la Costa Brava de Gerona en donde tenía un apartamento, y a la altura de Massanet creo recordar, adelanté a un coche cambiando de carril con la mala suerte, (o buena), de que el cambio de asfalto obligó a mi flamante Th30 a empezar una oscilación que parecía no querer cesar ni disminuir, en aquella época no existía límite de velocidad y la Laverda superaba los 220 km hora. Por suerte pude controlarla cuando ya me veía en el lado contrario de la autopista, revolcado y a meced de los coches que circulaban en sentido contrario.

Ahora ya me conocéis y ya sabéis que, piloto poco y mecánico nada.

Un saludo a todos y en el próximo artículo hablaré de la temporada de MotoGP que ya está a menos de dos meses de iniciarse en Qatar, circuito de Losail por partida doble, (Dos Grandes Premios)-

Hasta entonces, Manolo Burillo